OPINIÓN

Amenazas

Conocida es la gran afición a los westerns de nuestro fiscal general del Estado, Eduardo Torres-Dulce. Y no únicamente por sus apariciones como contertulio del infumable Garci y su tropa de carrozas trasnochados: recuerdo un artículo suyo formidable sobre el inicio de Pasión de los fuertes en una vieja revista de cine que ya no existe. Este hombre sabe lo que son el heroísmo y la valentía, este hombre sabe lo que significa que el reloj se acerca al mediodía y uno se encuentre solo ante el peligro.

Este hombre sabe que nunca más se oirá la palabra de Shakespeare por las tabernas de Tombstone. Este hombre sabe de duelos al amanecer en el O.K. Corral. Este hombre sabe escuchar en cada pistoletazo el sonido de la sangre. Para Torres-Dulce, nosotros no pertenecemos a Occidente. Ese nombre le es demasiado rancio. Somos el oeste. Al menos, queremos serlo, aunque sea solo verbalmente. Como cuando anunció ayer él mismo con voz más de Sheriff que de fiscal general que «el juez José Castro nunca va a estar solo, por lo menos desde el punto de vista de la Fiscalía». ¿No basta con humillar públicamente a Castro tildándolo de «paranoico»? ¿A qué viene ahora preocuparse de su soledad, si ha sido la propia Fiscalía en boca del huracán Horrach la que ha forzado y fomentado su aislamiento más absoluto poniendo en duda sus capacidades mentales como juez instructor? La segunda afirmación del Sheriff, ese «por lo menos», es la estocada final que corona la entera broma. Los otros, a saber quiénes (¿los judíos, los moros, los monárquicos, la duquesa de Alba?) le podrán haber dejado solo.

Pero la Fiscalía, en mayusculísimas, estará siempre al lado de la ley y de esa incómoda promesa que dice que todos somos iguales ante ella, como iguales somos todos ante la muerte. Nadie se lo cree. Y posiblemente, nadie se crea tampoco lo del oeste. Ni lo de los westerns ni lo del cine en general, al fin y al cabo, otra ficción más. Desnudado el mito, ¿qué queda entonces? Muy sencillo: quedan otras interpretaciones. Como la que dice que lo que ofrece Torres-Dulce a Castro no es abrigo y resguardo ante los ladridos de los mastines, sino persecución, acoso, caza y derribo. Que por mucho que Castro lo intente, que por muy tozudo que sea, que por mucho que crea en la justicia y en cuatro ingenuos ideales ilustrados, la Fiscalía, igual de tenaz y de obstinada, estará siempre a su lado para hacerle la vida más que imposible. Así amenaza el poder. Recuérdenlo: «Castro nunca va a estar solo».

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